martes, 25 de octubre de 2016

El cañón del Rudrón

Llegamos pronto a Moradillo del Castillo, inicio de la ruta que hoy vamos a hacer .  El cielo no presagia nada bueno, un manto de nubes bajas color gris plomizo cubre el entorno y no nos deja ver  ni los cortados de lo alto del cañón. Las previsiones de lluvia son altas, pero más entrada la mañana. Sin demora iniciamos la marcha ya que estamos seguros de mojarnos.


Al poco de abandonar el pueblo encontramos un molino hundido, al lado la presa que es de bella factura.



Avanzamos por un amplio camino de buen firme junto al río escuchando sus cantarinas aguas, a pesar de que su nivel está muy por debajo de ser el optimo.
Cruzamos el río por unas pasaderas en busca del molino de "Rasgabragas". Solamente por el nombre merece la pena desviarse para visitar este curioso lugar.



Del molino no queda prácticamente nada, a excepción del curioso nombre.




Volvemos sobre nuestros pasos, cruzamos el río y retomamos la ruta. Cuando estamos frente al molino, en el río vemos los pilares de un antiguo puente.




Seguimos el curso del río hasta llegar a una bifurcación que nos brinda dos posibilidades, o seguir por el valle o tomar una empinada cuesta hasta llegar al mirador de Ceniceros, desde donde la vista tiene que ser magnifica. Tomamos la segunda opción y la subida nos hace entrar en calor.




Al llegar al mirador vemos unas vistas magnificas del cañón y aunque las nubes bajas siguen ahí, dan un toque bucólico y misterioso al lugar.






Desandamos el camino y volvemos al río en busca de nuestro siguiente objetivo.
La Fuentona, se trata de una caudalosa surgencia junto al río, que a pesar de la escasez de lluvias aporta un gran chorro al Rudrón.




Con este tamiz ¿Quien es el guapo que se adentra en la Fuentona?
Seguimos caminando y pasamos primero junto a una central eléctrica y poco después junto a un molino, ambos abandonados y en estado ruinoso. A partir de aquí el valle se angosta y el cauce del río está cubierto por grandes bloques de piedra.


Unos metros más arriba se encuentra la presa de la central, justo donde el cañón es más estrecho, a partir de aquí el valle se ensancha dando lugar en sus margenes a fincas de labor.



Aunque el valle se abre, los cortados siguen siendo espectaculares.




Nos llama la atención el corte en la pared rocosa, y aunque parece que está ahí mismo nos cuesta un  "calentón" llegar a él.



La grieta no es muy profunda, pero de lo alto cuelga una cuerda y han colocado unos palos para alcanzarla, es posible que continúe hacia el interior.



Salimos al exterior y continuamos por el camino paralelo al río. Ya vemos el pueblo de Hoyos del Tozo al abrigo del farallón rocoso.


Cruzamos el pueblo y a las afueras, como no, junto al Rudrón, se alza la iglesia donde destaca la portada tardo románica,  el  resto es posterior.


Hemos alcanzado la mitad del recorrido e iniciamos el regreso, pero ahora en vez de seguir el curso del río lo haremos por el páramo. Pero antes de iniciar el ascenso nos acercamos a ver la cascada de la Coladera, pero no cae ni una gota de agua. ¡Ya tenemos una excusa para volver en tiempo de lluvias!
El ascenso es cómodo y desde arriba llegamos a ver la iglesia de Barrio Panizares que es el siguiente pueblo aguas arriba del Rudrón.



Las nubes van levantando y comienza a salir tímidamente el sol.



Avanzamos con rapidez y definitivamente la amenaza de lluvia desaparece a la vez que las nubes, dando paso a un sol radiante.



Llegamos a Ceniceros, pueblo abandonado en 1956 que no llegó a tener carretera, ni  luz ni agua.




En el censo de Floridablanca (1787) contaba con ocho habitantes, todos ellos nobles. En el diccionario Madoz (1845)  dice que contaba con cuatro casas y una iglesia, dos vecinos y siete almas y en 1940 contaba con diez y siete habitantes.




Las vistas desde Ceniceros son magnificas.
Comenzamos un prolongado descenso que nos acerca hasta San Andrés de Montearados.



Desde aquí hasta el final del recorrido son tres kilómetros de rápido descenso y un poco antes de la una y media entramos en Moradillo del Castillo.



Hemos caminado un poco más de diez y nueve kilómetros, por unos parajes magníficos, en una mañana que prometía cualquier cosa menos el tiempo que hemos disfrutado en una compañía inmejorable. ¿Que más podemos pedir?